La vida cristiana solo se comprende desde la comunión, la entrega y la apertura a los otros. En este horizonte, tres actitudes se convierten en pilares fundamentales: la participación, la solidaridad y la apertura. Participar significa implicarse activamente en la vida comunitaria. No basta con estar presentes: se trata de aportar, de dejar huella, de construir juntos. Nuestros centros escolares capuchinos son un claro ejemplo de ello: en ellos, el alumnado no solo recibe conocimientos, sino que aprende a formar parte de una comunidad viva.
Se fomenta su protagonismo, su capacidad de decisión y su compromiso con la transformación del entorno. Así, la escuela se convierte en un verdadero laboratorio de participación cristiana.
La solidaridad ocupa un lugar central en nuestra misión educativa.
Desde edades tempranas, los estudiantes se ven invitados a mirar más allá de sí mismos, descubriendo que el otro no es un extraño, sino un hermano. Campañas de recogida de alimentos, proyectos de cooperación, actividades en favor de los más vulnerables o jornadas de sensibilización son solo algunos ejemplos de las iniciativas solidarias que llenan de vida nuestros centros. Estas experiencias no son meros gestos, sino semillas de un estilo de vida que, poco a poco, va calando en los corazones del alumnado, sus familias y la comunidad educativa.
La apertura, por su parte, se convierte en el puente que une la participación y la solidaridad.
Abrir la mente y el corazón significa aprender a escuchar, acoger la diversidad, valorar lo distinto y estar siempre dispuestos a dejarnos interpelar por la novedad del Evangelio. La escuela capuchina educa en esta actitud de apertura, que es al mismo tiempo confianza en Dios y disponibilidad hacia los demás.
El lema de este curso, “Al final, hermano”, ilumina con fuerza este camino. Porque, en efecto, al término de cada encuentro, de cada proyecto compartido, de cada esfuerzo por participar, ser solidarios y vivir abiertos a los demás, descubrimos que el otro no es rival ni amenaza, sino hermano. Esta convicción es la que da sentido último a la tarea educativa y pastoral de nuestros centros: formar personas capaces de llevar los valores franciscanos a su vida y al mundo que les rodea.
Escuelas que generan cambio
En tiempos marcados por el individualismo y la indiferencia, los colegios capuchinos se alzan como generadores de cambio social y cultural, sembrando esperanza y fraternidad.
Educar desde la participación, la solidaridad y la apertura es apostar por una humanidad reconciliada y fraterna. Es preparar a los jóvenes para que vivan con autenticidad el Evangelio en su día a día, siendo, allí donde estén, testigos de que la fraternidad es posible.